En su editorial del domingo 2 de octubre, El Espectador pone en evidencia la falta de argumentos en quienes impusieron el aborto en Colombia. Su mero titular, “Sotanas legislando”, desconoce la realidad de los CINCO MILLONES DE COLOMBIANOS que apoyan la reforma constitucional que garantiza el derecho a la vida del no-nacido. De una parte, ya quisiera la jerarquía católica de Colombia contar con tamaño legión de sotanas. De otra parte, los CINCO MILLONES DE COLOMBIANOS que firman el proyecto no sólo carecen de aquella prenda clerical, sino que fundamentan el derecho a la vida del no-nacido en la biología, el derecho, la economía y la sociología. Ello, sin embargo, no impide hasta al más lego en asuntos constitucionales reconocer el derecho fundamental de los creyentes, a ratificar aquellos argumentos científicos en lo que consideran revelado por Dios. Para fortuna de creyentes y ateos la Constitución Política garantiza el derecho fundamental a la libertad de pensamiento y de creencias.
El editorialista empieza afirmando que el proyecto pretende proteger desproporcionadamente la vida humana. Está “denegando la dignidad, la vida y la salud de las mujeres”, sostiene. Valdría la pena saber por qué la dignidad, la vida, y la salud de las madres es un derecho desproporcionadamente superior al de la vida del no-nacido. ¿Acaso porque el no-nacido es incapaz de resistir los ataques contra su vida, con la fuerza y efectividad de quien nació y creció? Siendo así, el derecho sería lo que decía el sofista griego: lo que el más fuerte impone. En consecuencia, Hitler, Stalin, Pol Pot, Somoza, los Castro y todo perturbado ahíto de poder, serían preclaros juristas. Al contrario, Gayo, Cicerón, Irnerio, Baldo, Savigny y hasta el mismo Kelsen serían meros ejemplos de Alicia en su país de maravillas.
Con toda razón el escrito en comento sostiene que el aborto soluciona problemas de salud femenina. Ciertamente, un fuerte dolor de cabeza puede curarse con una bien aceitada y terapéutica guillotina: historias clínicas de pacientes psicológicos y psiquiátricos dan cuenta de los trastornos existenciales sufridos por madres víctimas del abortismo. No sobran los casos en que depresión y angustia son tales, que llevan al suicidio. De otra parte, el singular procedimiento abortivo exige manipular el cuerpo de la mujer de un modo tal que no faltan irreversibles y colaterales daños en sus órganos. Todo lo anterior sin mencionar lo que es universalmente conocido, pero que el abortismo quiere ignorar: el síndrome post-aborto es una realidad que grita.
El editorialista de El Espectador se refiere a la intervención del senador Roy Barreras que tachó de manipuladores a sus colegas defensores del proyecto, y de falsas las imágenes de que se sirvieron en sus intervenciones. Sin duda, la opinión médica del senador Barreras contraría la de expertos médicos que utilizan aquellas imágenes al hablar del aborto. Estamos ante dictámenes diversos. Uno originado en quienes habitualmente auscultan pacientes y profesionalmente estudian anatomía, fisiología, y terapéutica. La otra, perteneciente a quien tiene por profesión conocida buscar votos, expuesta al fragor de un discurso parlamentario. Sin duda, parece más razonable acoger el dictamen de quienes siguen ejerciendo la medicina; sin desconocer que la excelente retórica del senador Barreras revela sus excelentes condiciones para la política nacional.
Si bien la realidad y la moral muestran que el senador Barreras no ausculta pacientes en su búsqueda de votos, también es cierto que hizo estudios adicionales en ciencias sociales. No se entiende, entonces, por qué se limitó a descalificar los videos utilizados por los médicos expertos, omitiendo referirse al contenido de la ponencia en defensa de la vida del no-nacido. Sin duda es sindéresis: en el fondo del parlamentario existe un médico y sociólogo latente, sabedor de las consecuencias sicológicas y biológicas del abortismo. Esto es, conoce las irrebatibles razones biológicas, jurídicas, económicas y sociológicas fundantes del proyecto. Es más fácil evadirlas. De paso, facilita el expediente de las “sotanas legislando”, haciendo creer que el derecho a la vida es asunto exclusivo de católicos y creyentes en general. ¿Será supra valorar al movimiento abortista si le pedimos quedarnos con los argumentos científicos, abandonando los creyentes a su fe?
El editorial de El Espectador amplía el alcance del proyecto, haciendo creer que comprende asuntos adicionales. De una parte, no es cierto que pretenda acabar con los métodos anticonceptivos. El proyecto ni siquiera los menciona. Eso sí exige distinguir entre anticoncepción y aborto. Lo primero, como su nombre lo indica, impide la concepción de un nuevo individuo; esto es, de un ser biológicamente distinto; de un óvulo fecundado. Al contrario, todo aborto implica un óvulo fecundado, esto es, la concepción biológica de un individuo. La distinción importa porque el neo-colonialismo, a través de las multinacionales, está ofreciendo abortivos bajo la empaquetadura de anticonceptivos. El editorialista se engaña al ignorar esta elemental distinción científica. También al afirmar que el proyecto prohíbe la reproducción asistida.
Ciertamente, contrario a lo que dice el editorialista, el proyecto reconoce que en “Colombia las técnicas de reproducción asistida, como la fertilización in vitro tienen protección constitucional en el Artículo 42 de la Constitución Política que establece: Los hijos habidos en el matrimonio o fuera de él, adoptados o procreados naturalmente o con asistencia científica, tienen iguales derechos y deberes”. Agrega, además, que “no implica la prohibición de técnicas generadoras de vida humana, sino que dejaría en manos del Congreso de la República el que expida una ley, hasta la fecha inexistente, para regular este tipo de procedimientos de modo que se armonicen con los preceptos constitucionales sobre la materia.”
El Espectador quiere convencernos de que un estado laico y pluralista es aquel en el que las minorías imponen sus creencias a las mayorías: los CINCO MILLONES DE COLOMBIANOS no apoyan el abortismo sino el derecho a la vida del no-nacido. Los abortistas deberían exhibir, por lo menos, una cifra igual de seguidores, ya que hasta el momento solamente pueden mostrar cinco votos de entre nueve magistrados que no fueron elegidos por el pueblo de Colombia, en quien reside el poder soberano según prescribe el preámbulo de nuestra Constitución Política. De otra parte, el derecho a la vida fue defendido por filósofos y juristas desde cientos de siglos antes de que Cristo fundara la Iglesia. Creer que es patrimonio exclusivo de quienes visten sotana, refleja profunda ignorancia y una alta dosis del clericalismo jurásico que regía en Colombia a principios del siglo XX. El mero título del editorial lo revela.
Lo que debemos al pensamiento cristiano, no sólo a quienes visten sotana, es la defensa del carácter universal del derecho a la vida. Antes de Cristo, el derecho a la vida era atributo exclusivo de varones libres; aunque a las mujeres libres también se les reconocía, con pesadas cargas que lo limitaban penosamente. Desde sus primeros días, el cristianismo afirmó que todo ser humano, por el sólo hecho de ser tal, tenía derecho a la vida. El clericalismo del editorialista es más arcaico aún: los autores del proyecto, dice, quieren legislar con base en una moral católica que no todos los católicos comparten. Se refieren a “católicas por el derecho a decidir”. Ignora un derecho fundamental ejercido tan antiguamente como antiguo es el hombre: en toda comunidad humana hay disensiones que dan lugar a nuevas asociaciones, distintas en tanto disienten de los principios fundantes de la comunidad inicial.
Vale la pena preguntarnos si hay derecho más fundamental que el derecho a la vida. ¡Sin vida no hay derecho! No es revelación bíblica, ni del Catecismo. Mucho menos de algún documento pontificio o eclesial. Es un fundamentado principio de juristas y filósofos, descubierto hace miles de años, ratificado por todos los modernos instrumentos internacionales relativos a los Derechos Humanos. CINCO MILLONES DE COLOMBIANOS somos provida. Seguir afirmando que estamos ante un problema de los católicos, es violentar la libre conciencia del creyente exigiéndole razón de sus creencias. El abortismo debe dejar sus malintencionados prejuicios para argumentar en el campo científico en que nos movemos.
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