martes, 26 de octubre de 2010

Reflexiones por La Vida desde El Divan

El vuelo que debía tomar se ha retrasado, así que aprovecho para reflexionar en la última semana. Semana agitada, dando mi testimonio en un colegio católico en una ciudad importante. La ansiedad se considera normal dentro de este contexto pues es un público desconocido, adolescentes con cuestionamientos, ideologías y experiencias de vida que no conocía.

Al dar un testimonio de vida se comparte una historia personal con un grupo de desconocidos, compartir una experiencia de fe. Ese fue mi propósito con los estudiantes del colegio al que visité. Me sorprendió la apatía espiritual de muchas de las estudiantes pero no la razón por las cuales se consideraban “no creyentes”. La razón principal es la incomprensión de un Dios “bueno y misericordioso porque mire cómo estamos en nuestra ciudad, las comunas, las muertes entre nosotros”. Una gran oportunidad para entonces hablar de ese gran principio de nuestra fe “el libre albeldrío”.

El hombre se destruye mutuamente porque así lo elige, las razones las desconocemos pero lo que debe ser cierto es que existe una gran intensidad de dolor en el victimario, dolor que luego se expande a la víctima y todos aquellos que lo rodean. Pienso en Victor Frankl y los hallazgos de sus estudios que realizó estando preso en un campo de concentración “el hombre no siempre puede elegir las circunstancias en que se encuentra, pero puede elegir cómo reaccionar ante ellas”.

Lo que me lleva a pensar en el peor crimen que una mujer puede cometer, quitarle la vida a su propio hijo. Como mujer post-abortiva y profesional en salud mental mi proceso ha sido dual. Aprender a reconocer los síntomas del síndrome post-aborto como una realidad clínica y como mujer de fe, reconocer que este dolor no solo se esconde de la familia, los amigos y los colegas, sino también de Dios.

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